Mario es un niño de 8 años adoptado cuando tenía 14 meses de edad. Consulta la familia porque tiene arrebatos muy fuertes de agresividad hacia su madre adoptiva, llegando a insultarla y, en algún momento, a pequeñas agresiones. Mario dice que cuando siente esa rabia no la puede controlar y, después de agredir a su madre, se siente muy mal y tiene la sensación de que se quiere morir. Hacemos un trabajo para ayudar a Mario a desidentificarse con esa rabia. Le proponemos que le ponga nombre a la sensación corporal, él dice que es un bicho que le va creciendo desde el estómago y así lo nombramos. En la sesión de terapia le propongo dibujar ese bicho; de hecho, le propongo que cada uno de nosotros dibuje a su bicho:
Terapeuta: Vamos a dibujar nuestros bichos
Mario se pone a dibujar su bicho, y a mitad del dibujo se queda pensativo y deja de dibujar:
Mario: Javier, ¡ya sé lo que pasa!
Yo noté que algo profundo le había pasado, su expresión era el reflejo de un insight.
Terapeuta: ¿Qué pasa?
Mario: “Lo que pasa es que el bicho está muy enfadado porque él recuerda lo que yo ya he olvidado”
Y así es la expresión del trauma, una parte de nosotros vivió algo importante, que ya no recordamos, pero que un estímulo actual hace que el cuerpo lo reviva, con la emoción y la misma intensidad que sintió en el momento en el que se produjo. La mente no puede recordarlo, el cuerpo sí.
Seguramente Mario proyectaba, en su madre, vivencias de las primeras etapas de su vida, en las que los adultos de referencia no estaban o bien no respondían a las necesidades vitales de aquél bebé, y ahora expresaba la rabia que en aquel momento no podía mostrar.